Melquisedec, un nombre rodeado de misterios y mágicas leyendas. Venerado y conocido en diversas culturas. En la Biblia aparece citado numerosas veces como Rey de Salem, y en la tradición hebrea aparecen menciones en distintos libros tales como el Zohar y el Midrash Rabba. Es conocido por los pueblos orientales, temido por los mongoles y venerado por los lamas budistas de esas tierras.
El Dr. Ferdinand Ossendowski, un ilustre viajero, hombre de ciencia y escritor, narra lo siguiente en su ya clásica obra de viajes “Bestias, Hombres y Dioses” (1924):
Al atravesar la caravana las estepas del Asia Central cerca de Tzagan-Luk, el guía mongol exclamó de pronto: “¡Alto, deteneos!”, y acto seguido se arrojó al suelo desde su camello musitando el clásico mantram budista “OM MANI PADME HUM”. Algo increíble sucedía en ese momento. El aire vibraba dulcemente y traía consigo como una canción de amor y paz que llegaba en el acto al corazón. La tierra y el cielo parecían contener el aliento. Hasta los animales lo percibían: los pájaros cesaban en su vuelo y se posaban, los camellos paraban las orejas, los caballos permanecían inmóviles y atentos, los perros cesaban en sus ladridos y los yaks se echaron al suelo. Todos los portadores mongoles se arrodillaron y oraron fervorosamente mientras se sentía esa paz absoluta: hasta el viento incesante de la región, dejaba de soplar. Era un estado de cosas portentoso, una calma y paz inusitadas, sobre todo para los occidentales.
Cuando el éxtasis colectivo cesó, los mongoles explicaron a Ossendowski lo que sucedía. Se habían acercado al Misterio de los Misterios, al reino subterráneo del Rey del Mundo, en el momento justo en que éste se hallaba en meditación.
Como es fácil comprender, no es mucha la información que Ossendowski pudo obtener de aquellos hombres. Aquellos mongoles sabían que los lamas guardaban celosamente el secreto del Rey del Mundo, y castigaban con severidad a quienes divulgaban tales cosas.
Pero, y aquí hay un misterio más, el testimonio recogido por Ossendowski en aquella oportunidad, coincide notablemente con lo expuesto en el libro “Mission de l’Inde” por el Marqués Saint-Yves d’Alveydre (1910), y también con lo narrado por otro autor menos prestigioso, Louis Jacolliot, en “Les Fils de Dieu” y “Le Spiritisme dans le Monde”.
Los tres autores mencionados hablan del Agharti o Agharta, nombre que recibe en lengua tibetana el misterioso reino subterráneo donde reside el Rey del Mundo.
Ossendowski cuenta que, en visita al monasterio de Narabanchi, en Mongolia, encontró una sorprendente profecía que Melquisedec había dejado en ese mismo lugar que el Genio de la Tierra había visitado en el año 1890. Hela aquí:
Cada día más se olvidarán los hombres de sus almas y se ocuparán de sus cuerpos. La corrupción más grande reinará en la tierra. Los hombres se asemejarán a animales feroces, sedientos de la sangre de sus hermanos. La Media Luna se borrará y sus adeptos se sumirán en la mendicidad y en la guerra perpetua. Sus conquistadores serán heridos por el sol, pero no subirán dos veces; les sucederá la peor de las desgracias y acabarán entre insultos a los ojos de los demás pueblos. Las coronas de los reyes, grandes y pequeños, caerán. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho... Habrá una guerra terrible entre todos los pueblos. Los océanos enrojecerán... La tierra y el fondo de los mares se cubrirán de esqueletos, se fraccionarán los reinos, morirán naciones enteras... El hambre, la enfermedad, los crímenes desconocidos de las leyes... Cuanto el mundo no habrá contemplado aún. Entonces vendrán los enemigos de Dios y del Espíritu Divino que residen en el hombre. Quienes cojan la mano de otro, perecerán también. Los olvidados, los perseguidos, se sublevarán y llamarán la atención del mundo entero. Habrá nieblas y tempestades, las montañas peladas se cubrirán de bosques. Temblará la tierra... Millones de hombres cambiarán las cadenas de la esclavitud y las humillaciones por el hambre, las enfermedades y la muerte. Los antiguos caminos se llenarán de multitudes que irán de un sitio a otro. Las ciudades mejores y más hermosas perecerán por el fuego... una, dos, tres... El padre luchará con el hijo, el hermano con el hermano, la madre con la hija. El vicio, el crimen, la destrucción de los cuerpos y de las almas, imperarán sin frenos... Se dispersarán las familias... Se desaparecerán la fidelidad y el amor... De diez mil hombres, uno sólo sobrevivirá... un loco, desnudo, hambriento y sin fuerzas, que no sabrá construirse una casa ni proporcionarse alimento... Aullará como un lobo rabioso, devorará cadáveres, morderá su propia carne y desafiará airado a Dios... Se despoblará la tierra. Dios la dejará de su mano. Sobre ella esparcirán tan sólo sus frutos la noche y la muerte. Entonces surgirá un pueblo hasta ahora desconocido que, con puño fuerte, arrancará las malas hierbas de la locura y del vicio, y conducirá a los que hayan permanecido fieles al espíritu del hombre, a la batalla contra el mal. Fundarán una nueva vida en la tierra purificada por la muerte de las naciones. Dentro de cincuenta años no habrá más que tres grandes reinos nuevos que vivirán felices durante setenta y un años. Enseguida vendrán diez y ocho años de guerras y cataclismos... Luego, los pueblos de Agharti saldrán de sus cavernas subterráneas y aparecerán en la superficie de la tierra.
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